lunes, 11 de octubre de 2010

La cena de los idiotas

El clásico de Francis Veber llega a las tablas madrileñas para hacernos pasar un buen rato.


Con Juan José Alfonso al frente de la dirección, la obra la protagonizan los archiconocidos Josema Yuste, Agustín Jiménez y Felisuco.

La historia se desarrolla enteramente en la casa del protagonista (guardando unidad de tiempo, lugar y acción), que organiza todos los martes con sus amigos lo que ellos llaman "la cena de los idiotas". En ella, tienen que traer al hombre más idiota que hayan conocido, para hacerle hablar y reírse de él. Finalmente, gana el que haya llevado al más idiota de todos. El invitado de esa noche, Piñón, se presenta en casa de Bermúdez, con motivo de conocerle para posteriormente ir juntos a la cena. Sin embargo, el lumbago de Bermúdez le impide acudir a la cena, que no recibir al invitado para echarse unas risas él solo. Sin embargo, la historia se enrevesa cuando su mujer parece haberle abandonado, y el protagonista tiene que encontrarla, con ayuda de Piñón y Serrano (un amigo suyo con el que hacía años que no se hablaba). Lejos de ayudarle, la torpeza del "idiota" no hace más que complicar las cosas.

Dura unas dos horas y cuarto (no hagáis caso de los 90 minutos que pone oficialmente), y se puede disfrutar en el Teatro Infanta Isabel de Madrid por entre 15 y 24 euros.

Ahora una opinión personal. La historia va sobre un idiota pesado, y nos vamos a dar cuenta de que no es más que eso: un gran idiota muy pesado. La obra se me hizo larga, y al final me dolió la cabeza de forzar la risa (porque había chistes a los que no le veía ninguna gracia). A pesar de eso, todo el mundo en la sala parecía estar partíendose de risa con cada cosa que hacían los protagonistas, así que quizás seré yo que tengo un humor raro (?). Pero el punto flojo fue la duración: hay diálogos eternos y repetitivos entre Piñón y Bermúdez que aburren hasta el punto de rogar que se acaben, y es que es un reflejo que lo pesado que es el personaje de Piñón. El asunto sería conseguir que fuese pesado para los personajes, pero no para el público. Lo mejor fue Felisuco, especialmente con el personaje del homosexual brasileño (sí, suena a tópico pero fue lo más gracioso de la representación). Y el final sin duda cuenta una ineludible moraleja. La obra no está mal, porque el teatro al fin y al cabo siempre es bonito, y reírte te ríes, pero cuenta con las desventajas ya mencionadas.

Y ahora la pregunta que me hago siempre al terminar de ver una obra: ¿La volvería a ver? No. 

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